Cuando se va a dormir, empiezan los sueños: ve mundos ajenos al nuestro, mira animales de cuerpos fusionados con otros; observa formas largas, cortas, simétricas, asimétricas; mira figuras geométricas moviéndose. Entonces Eduardo Segovia despierta al siguiente día y corre hacia su taller para preparar la arcilla y materializar lo soñado en sus cerámicas.
Pero, antes de los sueños, no había esas imágenes en su cabeza. En su niñez solo estaban los juegos y los primeros intentos de hacer algo con la arcilla.
Por aquellos tiempos, cerca de los cincuenta, en los que Cuenca avanzaba hacia su transformación como ciudad, un niño llamado Eduardo Segovia, de seis años, llegó a la Convención del 45 y se encontró con la arcilla de los alfareros que ocupaban el barrio.
Llevado por la curiosidad se acercó a quienes daban forma al barro y pidió arcilla y empezó a jugar. Aunque le gustaba las ollas y los platos que hacían en las alfarerías, él prefirió hacer carritos y pajaritos, sin saber que ese sería el punto de partida hacia un destino que parecía que ya estaba trazado.
En ese juego con la arcilla se inclinó por los pajaritos, a los cuales les hacía un agujerito en la cola para que funcionara como silbato. Cuando funcionaron aquellos pitos con formas de aves los vendió.
La acogida de los silbatos fue tal, que llegó a hacer 100 pajaritos diarios para comercializarlos entre las gentes de la ciudad.
Incluso en la escuela, mientras el profesor hablaba, Eduardo moldeaba la arcilla. Hasta que un día, el profesor se dio cuenta de lo que hacía su alumno porque sus compañeros rodeaban a Eduardo para ver sus manos habilidosas.
Tiene que expulsarlo, no deja trabajar, le dijo el profesor al padre Carlos Crespi, quien administraba la escuela a la que asistía Eduardo. Pero, cuando Crespi vio lo que hacía Eduardo, en vez de mandarlo de la institución educativa, lo llevó a un museo en donde estaban decenas de piezas arqueológicas.
Fue allí cuando, por primera vez, vio las obras de las culturas precolombinas de la costa y sierra. ¿Puedes hacer lo mismo?, le preguntó Crespi. Eduardo asintió, pero no hizo lo mismo, porque ya desde esa edad quería hacer algo distinto. Fue así como dio inicio Eduardo a una carrera fructífera.
Evolución como artista
Para que se cumpla la transición de un niño que solo jugaba con la arcilla a un artista que terminaría exponiendo sus trabajos en todo el Ecuador, en Norteamérica y Europa, Eduardo tuvo que conocer a un estadounidense que vio su talento y lo llevó a Estados Unidos cuando solo tenía 13 años.
“En Estados Unidos hice jarrones y tenía que pintar precolombino, y allí conocí a un alemán que me dijo que iba a ser ceramista. Solo dijo que tenía que comprar libros en mi idioma y ver cómo se hacía”, recordó Eduardo.
El adolescente hizo lo que le dijo el alemán y regresó a Cuenca porque no le gustaba los Estados Unidos. Aun así, volvió algunas veces para ganar dinero.
Después de ello, según Eduardo, su carrera llegó sola: hizo pruebas, creó distintos objetos y arribaron los sueños en los que se inspiraría para materializar lo que veía mientras dormía.
“Lo que sueña lo plasma, lo que piensa lo hace. Yo estoy muy orgullosa de él. Yo lo acompaño en su trabajo, le ayudo en lo que sé”, dijo Cumandá Álvarez, quien está casada con Eduardo desde hace 25 años.
Cumandá conoció al artista en una de las tantas exposiciones que ya llevaba en su haber Eduardo, y fue testigo de cómo él pasó de la cerámica a pintar sobre telas, hace unos 15 años.
El cuencano, en una confusión creada por el artista Nicolás Herrera, recibió a una pareja de alemanes, quienes llegaron a Cuenca pensando que Eduardo era un artista plástico.
“Ellos estaban recolectando obras como donaciones para venderlas. El dinero era para los niños con discapacidad. Yo les dije que les daba dos de mis trabajos, pero me dicen que se van a romper en el viaje, y me preguntan si yo no pintaba. Pero yo no soy pintor les dije”, dijo Eduardo.
A pesar de la respuesta, los alemanes le incitaron a que pintara. Si ya pintaba sobre sus cerámicas, ¿por qué no podía pintar sobre la tela?
Entonces, en el piso, el ceramista pintó sus primeras figuras, esas que había soñado noche tras noche, y, sin pensarlo, se hizo pintor.
Exposición
Sobre sus transiciones, sobre sus cambios y evolución; sobre sus sueños y figuras; sobre su trabajo como ceramista y pintor; todo ello se quiere abarcar en la exposición “Eduardo Segovia, el Tiestero de la Convención del 45”, que prepara la Dirección de Cultura municipal.
Para Xavier Vintimilla, diseñador y curador de la muestra, además de ser un homenaje en vida a uno de los ceramistas más destacados de la ciudad, del país y del extranjero, la exposición es una retrospección en la que se evidencia el trabajo de Segovia.
Para eso, Vintimilla está adecuando las salas del segundo piso de la ex Escuela Central, en las que habrá cuatro espacios que narrarán desde su vida pública hasta su faceta como pintor.
La exposición se inaugurará el 8 de abril, a las 18:30. Ese día, el propio Eduardo Segovia, junto a su esposa, estará presente para guiar a los visitantes por las obras que siguen aumentando cada día, a pesar de sus ya 83 años de vida, ya que los sueños no paran.
“Yo sigo trabajando y yo sigo soñando. Cuando no estoy en la cerámica, estoy en la pintura. Si me canso voy y vengo. Los sueños se hicieron para hacerse realidad”, dijo Eduardo. (AWM)-(I)