Escribir sobre los andares del pasado de hoy sigue siendo un esfuerzo inacabado. Todo empieza, como casi todo, con los sueños de madrugada que luego se convierten en notas, apuntes, recortes y grabaciones y en una realidad. Una y otra vez volví sobre los apuntes, las fotos para escuchar las voces de tantos relatos de mis informantes.
Regresé por los senderos andados para fotografiar la selva del Alto Amazonas siempre será un acto de amor con uno mismo, con la naturaleza y con la gente y los amigos que conocimos en la infancia.
La pandemia fue un regalo primaveral como la brisa del Upano, el canto matinal de cien aves trasnochadas, las noches estrelladas o los soles incandescentes. Decidí confinarme en la pandemia y volver a Sucúa y sus mil batallas en amante jungla.
A beber el agua del guadual herido, al olor verde que se confunde en ese caliente espacio terrenal. Volví a sus montañas, a sus sitios arqueo-lógicos abandonados. Volví ese encuentro con la morlaquía amazónica.
Al abrazo sincero con los amigos chamanes Shuar y sus rituales, Me adentré en las cuevas y las cascadas sagradas. Allí ellos me bautizaron con el nombre de Etsa.
Me detuve a pensar las grandes conexiones que tenemos el austro y Morona Santiago. Una tierra poblada con migrantes que dejaron la macana y la toquilla, los olores de la retama, eucalipto tierno, a manzanilla fresca por nuevos sabores y olores amazónicos.
En cada clic, que ahora comparto, es un viaje, un momento y una historia. Son mis andares por Sucúa. Ahora guardo el sudor del puño en el afilado machete gavilán mientras escucho el grito moribundo del chicahuiña inmortal.
Escondo gotas de tormenta en picos de azulejos elegantes, doblo con mis manos el arco iris de las montañas.
Son mis andares en fotos y videos por el Alto Amazonas.
Texto y fotos: Fernando Ortíz V