Hay una victoria de las ciencias duras que perjudica enormemente a la humanidad, y que varios filósofos advirtieron sin que su oposición hay frenado el impacto que tuvieron en las formas de construir los criterios de verdad, y menos aún en sociedades periféricas como la nuestra, ávida de ser o parecer “primer” mundo, en los términos de su hegemonía. En la actualidad, los saberes académicos se construyen, son aceptados y reconocidos si, y solo si, integran las condiciones científicas de acceso a la verdad, entendiendo por ello solo lo que es susceptible de medida y cuantificación. La reflexión que no incorpora estos aspectos a lo sumo es vista como una opinión inconsistente e incapaz de producir saber. Pero el saber o el acceso al conocimiento en estos términos es absolutamente limitado y hasta inválido. El ser humano, por ejemplo, no puede conocerse como se conoce a una piedra. El ser humano vive, actúa, siente interpreta y comprende. Adicionalmente, no se puede comprender a un ser humano sino en su contexto histórico, social y cultural específico, por lo que su conocimiento, escapa a lo meramente medible, requiere una interpretación, una hermenéutica. Para Dilthey la interpretación es una forma particular de conocimiento que fundamenta las ciencias del espíritu o también llamadas ciencias de la cultura, sabiendo que no se puede comprender solamente de manera racional, y que se requieren elementos emocionales. En toda interpretación siempre hay algo de irracional, tal como lo es la vida misma. No todo se puede explicar en términos lógicos y, por lo tanto, cabe aceptar lo inconmensurable, lo inefable, y lo incomprensible como parte de la vida, cuestiones que por cierto también escapan a la “inteligencia” artificial. (O)
