Apropósito del INTY RAYMI, la Fiesta del Sol, el Solsticio de Junio, celebraciones que nos permiten rememorar la potencia de los saberes de los pueblos originarios, más allá del folklorismo infantilista, o del vaciamiento simbólico de sus epistemologías, quisiera hacer una breve reflexión sobre uno de los aspectos que todavía pone en duda la existencia de un verdadero contexto intercultural en la configuración de nuestras sociedades, la medicina ancestral. Para la OMS la medicina ancestral o tradicional se define como el conjunto de conocimientos, habilidades y prácticas basadas en teorías, creencias y experiencias indígenas de diferentes culturas, ya sean explicables o no, que se utilizan para mantener la salud, prevenir, diagnosticar, mejorar o tratar enfermedades físicas o mentales. Para la OPS se trata de conocimientos médicos que existieron mucho tiempo antes del desarrollo y la difusión de la medicina occidental. Y reflejan la cultura de un país, la historia y las creencias. A menudo, este conocimiento se transmite oralmente de generación en generación. La Constitución del Ecuador reconoce y garantiza en varios artículos la existencia, vigencia y uso de los saberes ancestrales y obliga en el artículo 360 a que el sistema nacional de salud promueva la complementariedad con las medicinas ancestrales y alternativas. Los saberes ancestrales no obstante no son legítimos por el decreto jurídico, o porque la metodología científica occidental los haya corroborado. Lo son por su propia profundidad epistemológica que ciertamente es necesario comprender y ampliar como una suerte de ratificación identitaria emancipadora, y un aporte generoso a la humanidad desde los pueblos más golpeado por la lógica del capitalismo eurocéntrico occidental: los denominados pueblos indígenas. (O)
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