“Quien siembra vientos, cosecha tempestades”.
Este refrán bien puede aplicarse al gobierno. Tan pronto como aprobó la eliminación del subsidio al diésel, debió considerar la reacción contraria de algunos sectores sociales acostumbrados a sembrar el caos, llegando, incluso a extremos, cuyas consecuencias el país las conoce de sobra. Confunden protesta con vandalismo. Ya se ven las primeras señales.
Tal reacción se la esperaba. Por lo mismo, el Régimen debió superarla. Ojalá el desenlace no desemboque como lo ocurrido en 2019 y 2022.
Pero no. Acaso minimizando el alcance de la protesta, a renglón seguido estresó al país pidiendo al CNE convocar a Asamblea Constituyente, obviando lo dispuesto por la Constitución.
Así, en pocos días el Ecuador entró en tensión máxima, no solo en lo social y político, también en lo económico, con mayor razón por la especulación, y la incidencia en los costos de producción y transporte.
¿A quién se le ocurre sembrar tantos vientos en pocos días, como si la crisis producto de este escaso tino no se le convirtiera en tempestad y le cayera encima?
El Gobierno, “sin querer queriendo, se hace de “enemigos”. ¿Los busca?
De pasar, a través de consulta popular, la convocatoria a la Constituyente, ¿tendrá chance de obtener mayoría suficiente para la redacción de la nueva Constitución, o lo harán sus rivales, algo posible considerando el desgaste del gobernante?
Otra tempestad le cayó tras la decisión, asimismo apresurada, de otorgar la licencia ambiental para la explotación del proyecto minero Loma Larga en Azuay. Las consecuencias le han sido totalmente adversas, y continuarán si no dispone la revocatoria.
Y hacía pocas horas, la masacre entre presos en la cárcel de Machala, más la percepción ciudadana pesimista porque la inseguridad sigue campeando.
El Gobierno, con tales lecciones, debe entrar en razón. No atolondrarse.