Me confieso enamorada y cautiva del hechizo de los ríos de esta Santa Ana de las Aguas de Cuenca, sus singulares sinfonías tranquilizan mi corazón, aclaran mis pensamientos, aquietan mi mente, fortalecen y alegran mi espíritu. Me confieso ciudadana mestiza urbana de la Guapondélig de los Cañaris, de la Tumipamba de los Incas, de Santa Ana de las Aguas de Cuenca como así la nombraron los primeros pobladores ibéricos. Me confieso amante y caminante de sus calles, de sus plazas, de sus mercados, de los recovecos sorprendentes con los que uno puede encontrarse, de sus casas y de sus tejados, de la impresionante habilidad e ingenio de sus artesanos, de su maravillosa cercanía a los campos y a las chacras, de los sabores y de las fragancias de su cocina. Confieso que sin mote no hay paraíso como tampoco sin papas y sin ajicito. Confieso que no la conozco como se merece, que no la cuido como digo amarla, que a sus artistas, literatos y poetas no los veo, no los leo como debo hacerlo aunque los disfrute mucho, pero confieso también mi profunda esperanza de llegar a merecer el convertirme en vecina de esta Santa Ana de las Aguas de Cuenca cuidando su espíritu como son sus aguas. (O)
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