Sector privado, pandemia y crisis agravada

Iván Granda Molina

La situación que atraviesan las sociedades no se compara con ningún otro que el mundo hayan vivido durante las últimas décadas. La pobreza extrema del continente  creció de  7,8% a 11.3% y la pobreza de 27.8%  a 30.5% ; estas cifras equivalen a un retroceso de 15 años en la lucha contra la pobreza. El índice de GINI, el indicador que mide la desigualdad de riqueza entre los extremos de la población, ha crecido entre un 0,5% y 6% post-pandemia,  y ya vivíamos en la sociedad más inequitativa del mundo. 

La empresa privada tiene por delante la responsabilidad de ser el motor para la recuperación del empleo y la formalización de la economía, la encargada de explorar y potenciar las oportunidades que se abren en un momento de crisis.

En los escenario de complejidad,  aparecen oportunidades, un ejemplo de ello son las evidentes falencias en las cadenas de suministros,  grave problema que están enfrentando las grandes economías del mundo y que podría convertirse en una oportunidad para la región: relocalizar las cadenas de suministro.

Grandes tareas asociadas a la reactivación económica y en todas ellas resulta evidente que el sector privado juega un papel decisivo. Estos desafíos solo pueden enfrentarse con reglas de juego claras, con democracia, independencia de poderes, paz social y seguridad jurídica, en analogía futbolísticas en tiempos del mundial: Si marcamos la cancha – que son las reglas-, confiamos en el árbitro –que son los jueces–, usamos el VAR –que es el mecanismo de revisión de posibles injusticias-, el partido será bueno, habrán condiciones para que cada uno desarrolle su mejor potencial, los resultados serán justos y el ganador será el público, que en nuestra analogía es la sociedad, de la que formamos parte y a la que nos debemos.

La Carta Interamericana plantea de manera terminante: sin democracia no hay desarrollo económico y social; y, a su vez, sin desarrollo económico y social no hay democracia. O para ser más cautelosos y adentrarnos en la reflexión de lo que hoy mismo sucede en nuestro continente: sin desarrollo económico y social, las democracias se vuelven frágiles y corremos el  riesgo de caer en manos de populismos autoritarios. (O)