¿Ser generosos?

Cecilia Ugalde Sánchez

Para Aristóteles la generosidad era la asistencia a quien lo necesita sin obtener nada a cambio, el filósofo manifestaba que la generosidad es mayor cuando quien se beneficia de ella tiene necesidad más intensa, y que, si la generosidad obedece al interés de recibir algo a cambio, devolver un favor o cobrarlo a futuro, no es generosidad.  En la Ética a Nicómaco (349 a.C.), Aristóteles afirma que la generosidad es una característica de la excelencia humana y que quienes la practican sobresalen como seres humanos.  

De hecho, Aristóteles consideró a la generosidad como uno de los principales argumentos a favor de la existencia de la propiedad privada, ya que, si no tenemos nada propio, nada podemos compartir.  Sin embargo, la generosidad no se refiere únicamente a bienes materiales, Santo Tomás de Aquino dijo que nadie es tan pobre como para no poder ser generoso, y eso apunta a que hay muchas cosas que no tienen un valor material, pero impactan a los demás, cosas simples como una sonrisa, una palabra amable o paciencia frente a errores ajenos, de hecho, el tiempo es uno de los mayores tesoros que podemos compartir.

Estudios han demostrado que ser generosos reduce el estrés, la ansiedad y la depresión, además de que mejora la salud física, mental y emocional.  Jorge Moll (2006) encontró que la generosidad activa regiones del cerebro asociadas al placer, la conexión social y la confianza; también se cree que el altruismo produce endorfinas, lo que genera sentimientos de satisfacción y felicidad.

Por su parte, Richard Gunderman (2022), afirma que una comunidad en la que prospera la generosidad es la antítesis misma de una tiranía.   Así pues, hay razones de sobra para que hagamos de la generosidad parte de nuestra rutina diaria. (O)

@ceciliaugalde