El placer de conversar  

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

Para ser un buen conversador no es necesario hablar demasiado. Incluso los silencios son pausas que se agradecen. Es un placer conversar sin alardes ni caretas con la finalidad de asombrar al otro. Cómo se aprecian esos momentos en los que una taza de café o un vaso de cerveza son los acompañantes silentes de una plática amena que se torna infinita; cuando la franqueza y la espontaneidad al expresarnos afloran sin recelo a ser juzgados. Es entonces cuando el tiempo, desbocado, se aparca y aminora su ritmo y se detiene a escuchar lo que hablamos. No hay rivalidad ni petulancia, sólo un intercambio de sentires y pensares desprendidos y calmos. El asunto es lo de menos. Más allá de lo que se diga, lo que trasciende y se valora es la energía que sustenta una relación. Una energía de camaradería, de confianza, de solidaridad y de una honesta amistad. Es sentirse bien con uno mismo y con la otra persona. Sin poses ni incomodidades. Son conversaciones que, de breves, se vuelven profundas o se extienden dulcemente durante horas.

Conversar es una necesidad elemental de los seres humanos. Dejar de hablar con alguien es permitir que la relación agonice y termine muriendo. Hay conversaciones que nos alientan, que nos desafían y nos ayudan en nuestro desarrollo emocional e intelectual, además de hacernos crecer y mejorar como personas. En esos casos, a veces las enseñanzas provienen de las personas menos esperadas y nos toca escuchar con humildad y aceptar que necesitamos aprender algo más. La vida es una escuela que permanece abierta día y noche para todo aquel que tenga ojos y oídos dispuestos para el aprendizaje. Cuando hablamos con el Dios de nuestra preferencia, usualmente es a raíz del dolor o sufrimiento. Es entonces cuando se establece un monólogo que busca una respuesta pronta, algo que no nos deje sucumbir ante la desesperanza. A veces, las conversaciones sin palabras son las más explícitas. El cuerpo se mueve, gesticula y describe con detalle lo que no dice con la voz. Así no nos lo parezca, estos diálogos son los más genuinos, por inconscientes.

Entablar conversaciones enriquecedoras nutre el alma, la mente y el cuerpo. El principal requisito: ser auténtico; además, aceptar al otro tal y como es, estar presente y atento y, por último, pero no menos importante, acallar la mente y escuchar. Luego de eso, podremos hablar… (O)