Los hijos de la infelicidad

Hernán Abad Rodas

Una lacerante realidad es que: los índices de desempleo y subempleo, entre la población económicamente activa representan un grave problema para la sociedad en su conjunto.

Me pregunto: ¿Se disipará el hambre y la miseria de nuestro territorio, cuando en el Ecuador persisten altos los niveles de desempleo y subempleo? ¿Tendremos paz y seguridad ciudadana, mientras los hijos de la infelicidad penen como esclavos en los campos y en las ciudades?

¿Qué es la paz?, ¿se halla en los ojos de esos niños que chupan de los senos secos de sus madres mal alimentadas que viven en tugurios y chozas heladas?, ¿o se halla en las calles, donde viven los hambrientos que duermen en el suelo y que  suspiran por un bocado de alimento?, ¿habrá paz en las lágrimas de los ancianos que recorren sus mejillas y que son el símbolo de los restos de la vida en sus cuerpos debilitados, cual hojas de otoño amarillentas, llevadas y dispersadas por el viento cuando se aproxima el invierno de la vida?.

Seguimos viviendo bajo el cielo nublado de una falsa democracia en donde cotidianamente se engrosan las filas de los hijos de la infelicidad, nos hemos convertido en autómatas manipulados por políticos oportunistas y avivatos, de todas especie, falsos profetas, burócratas invisibles y todopoderosos, que desde las penumbras de sus despachos toman las decisiones más importantes sobre nuestras vidas y destinos.

Hay seres humanos que no luchan por su libertad y aceptan la tiranía, o a las falsas democracias porque nacieron del miedo, viven atemorizados. Se esconden en las grietas de la tierra cuando ven acercarse la tempestad o al sonriente lobo feroz.

No puedo sentirme orgulloso de vivir en una sociedad en la que se dispensa prisión, persecución y en ciertos casos la muerte a los pequeños delincuentes, mientras se otorga honor, riqueza y respeto a los mayores piratas; una sociedad en que cuando un hombre roba un pedazo de pan para llevar a sus hijos es un ladrón, pero cuando los poderosos, o los que emergiendo del anonimato han llegado a obtener el poder político; arrebatan el dinero, la paz, la libertad y la dignidad de la mayoría de los ciudadanos, son llamados salvadores de la patria.

Los gobernantes de todos los países deberían caminar por las rutas del hambre y los valles de la desgracia de nuestros pueblos, para que observen de cerca a los hijos de la infelicidad y de la pobreza.

Devoramos el pan de la caridad que nos ofrecen los gobiernos populistas, porque estamos hambrientos; nos revivifica temporalmente, luego nos mata. (O)