Las elecciones de agosto adolecen de la dispersión de candidaturas en tendencias o pretensiones múltiples que no se justifican y cuando en Ecuador necesita de respeto y unidad, fortalecer la gobernabilidad y responder con eficacia a las grandes necesidades sociales de salud, educación, trabajo y seguridad integral cada vez más apremiantes.
El actual proceso electoral, de corta duración, se origina en la necesidad de mejorar el ejercicio del poder político y superar el impacto populista con sus secuelas de violaciones a la legalidad democrática, aupadas por la Constitución del 2008, normativa que dé humanista nada tiene, pero sí de ser la carta magna de la satrapía de los diez años que esquilmó al Ecuador.
Un binomio es el oficial del correísmo, y los otros 7 suman el número de la dispersión para que el correísmo tenga la ventaja inicial frente a los otros sectores, los cuales, si actuaran con responsabilidad cívica, deben llegar al necesario consenso para promover la Constitución y la legislación pertinentes en orden a restaurar el Estado de Derecho y la seguridad jurídica.
Lo demás es quedarse a medio camino sin cumplir la misión política de poner la casa en orden.
Hoy mismo la crisis estructural de la Seguridad Social con el IESS al borde del colapso, sumada la crisis económica heredada de la corrupción correísta, cuya cuantificación aún no tiene datos definidos, más el desempleo y la falta de inversiones, también resultados de la demagogia populista con la violencia del crimen organizado y del delito común, el Fenómeno del Niño, entre otros factores, exigen llegar a puntos de acuerdo para el cambio integral del modelo institucional.
Los candidatos a la Presidencia y a la Asamblea tienen la grave responsabilidad de ofrecer al Ecuador y a sus propias familias la respuesta honesta que exige una realidad cada vez más acuciante. (O)