Los términos “creer en Dios” y “creerle a Dios” suelen utilizarse indistintamente, pero en realidad, representan dimensiones diferentes de la fe. Mientras que la primera se refiere a la aceptación de la existencia de un Ser Supremo, la segunda implica una relación activa basada en confianza y obediencia a las promesas y mandatos divinos. Esta distinción es fundamental para comprender la profundidad de la fe cristiana y su impacto en la vida del creyente.
Creer en Dios es el primer paso hacia la fe cristiana. Esta creencia básica reconoce a Dios como el creador y sustentador del universo, afirmando su existencia y atributos fundamentales como omnipotencia y omnipresencia. En Santiago 2:19, se señala que incluso los demonios creen en la existencia de Dios, pero esta creencia, aunque correcta, no es suficiente para una relación salvadora. La mera aceptación intelectual no garantiza una transformación espiritual ni una vida guiada por la fe.
Por otro lado, creerle a Dios va más allá de aceptar su existencia. Implica confiar plenamente en su palabra, en las promesas contenidas en las Escrituras, y en sus mandatos. Esta forma de fe se manifiesta en obediencia activa y en una respuesta comprometida a lo que Dios ha revelado. El ejemplo de Abraham es paradigmático: “Y creyó a Yahvé, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6). Abraham no solo reconoció a Dios, sino que confió en sus promesas, lo que lo llevó a vivir de acuerdo con ellas.
Para los cristianos, CREERLE A DIOS debe ser prioritario. Esta fe activa no solo establece una relación personal y dinámica con Dios, sino que también impulsa la obediencia y la transformación de vida. La verdadera fe cristiana se manifiesta en una vida que responde a las enseñanzas de Cristo, reflejando una relación comprometida con su voluntad. Jesús mismo enfatiza la importancia de vivir de acuerdo con su palabra en Mateo 7:21, donde dice que no solo se trata de reconocerlo como Señor, sino de obedecer u voluntad: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”
El tiempo de adviento, con el que los cristianos damos inicio a un nuevo año litúrgico, es una buena oportunidad para revisar nuestra fe. Fe que puede estar llena doctrina, creencias y devociones; pero vacía, o casi vacía de obediencia, gratitud y compromiso práctico. (O)